A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Jorge Luis Borges, arte poética

Las cajas de Antolina Vilaseca y de Hilda Zagaglia tienen un cierto parentesco con el barroco, un arte que abunda en el entorno de cada una de ellas. Pero de la palabra barroco se cogen aquí sólo aquellos aspectos que pueden encontrarse en las cajas de ambas artistas. Por ejemplo:

  • Una cierta estética teatral, de puesta en escena, cuyo sentido de profundidad supera la superficie plana.
  • Un cierto gusto por la abundancia de elementos, pero sin fastuosidad.
  • Una voluntad de trascender la dimensión puramente formal para abarcar conceptos como:
    • Las relaciones humanas.
    • Los deseos (expresados, reprimidos, ocultos, explícitos…)
    • Los miedos
    • El paso del tiempo; interrogantes, enigmas, transformaciones…
    • La vida y la muerte; sus efectos y su sentido.
    • Los anhelos de trascendencia.
    • La memoria.
    • Las pasiones.

El Lenguaje de las Cajas centra su mirada en la obra artística como medio de expresión personal dejando aparte la función informativa, historicista o de activismo social que a menudo cultiva la práctica artística y toma como eje central las cajas que en diferentes momentos han utilizado ambas artistas como apoyo de sus obras.

Situadas a ambos lados del Atlántico, sin conocerse, ambas han desarrollado con el tiempo una obra artística que presenta sorprendentes similitudes, especialmente el uso de cajas que se convierten en sus manos un microcosmos personales lleno de sugerencias. El encuentro de ambas en la Bienal de Florencia de 2001 fue un descubrimiento mutuo: de su obra y de otros paralelismos urdidos por los sutiles hilos de lo desconocido y que a falta de otra explicación llamamos casualidad.

¿DE DÓNDE VIENE LA FUERZA CREADORA?

Jung opina que todos los artistas tienen una especie de daimon que en cierto momento los posee y domina y al que se enfrentan, bien intentando contenerlo en unas formas predeterminadas, esquemas, estructuras o modelos, para no desbordarse, bien entregándose para conocerlo y definirlo. Hacer una cosa u otra depende de las características temperamentales -tipológicas y de funciones cognitivas- de la persona creadora en ese momento de su vida.

¿De dónde proviene la fuerza, el arrebato, el daimon hipnotizador?, ¿a quién sirve? o ¿quién estructura y dirige la obra? Respecto a la fuente de la que brota esta fuerza, no es el yo, porque el yo normalmente pertenece a la conciencia y aunque sea el sujeto consciente el que vive la experiencia estética creativa y/o contemplativa de la obra, la energía propulsora del símbolo surge de un plano inconsciente que Jung llama el sí-mismo. El sí-mismo es el centro inconsciente de la psique que unifica y estructura todos nuestros procesos conscientes e inconscientes y produce en determinados momentos de la vida del artista esta necesidad, que traslada, gracias a su función simbólica, a la exterior. Así emerge, pues, la obra como símbolo rescatado de la más recóndita oscuridad del inconsciente a la luz de la conciencia. El sí-mismo, que bien podría traducirse por lo que los antiguos entendían como espíritu o parte espiritual del alma, tiene algo que expresar y, entonces, el artista crea: pinta, esculpe, compone, escribe, danza, planifica la construcción de catedrales… Pero, ¿cómo funciona el sí-mismo este centro inconsciente de la vida psíquica? Con gran modestia, debemos afirmar que sólo podemos intuirlo por sus manifestaciones y la manifestación artística es, junto a la religiosa, su presentación más excelsa. Sabemos que su energía es afectivoemocional y que, precisamente por ser completamente inconsciente, los parámetros del tiempo y el espacio y las categorías lingüísticas no sirven para entenderlo, en consecuencia, su expresión es meramente simbólica.

Extraído del artículo Del arte como liberación al arte como curación y salvación del alma, publicado en la revista filosófica TAULA Quaderns de pensament núm. 38, Universitat Illes Balears, Palma de Mallorca 2004

Maria M. Domínguez, psicóloga